La Protección Solar y Ocular
- argosopticaestepon
- 18 jun 2015
- 2 Min. de lectura
La energía solar llega a la tierra en forma de radicaciones de varias categorías, de las que debemos prestar atención a los rayos ultravioletas, por sus efectos sobre nuestra piel. Estos rayos se dividen en varias categorías: principalmente, los rayos Ultravioleta A o UVA y los Ultravioleta B o UVB.
La luz ultravioleta que repercute sobre nuestra piel no tiene la misma composición e intensidad en todas las estaciones del año. De verano a invierno los ultravioleta B disminuyen sustancialmente, mientras los ultravioleta A también lo hacen pero de manera menos acusada.
Durante el día el conjunto de la radiación total va disminuyendo hasta desaparecer en el momento de la puesta de sol. Los ultravioleta B decrecen más deprisa, a la vez que los ultravioleta A lo hacen de manera proporcional a la luz visible. En tiempo cubierto, somos alcanzados por una cantidad importante de radiación ultravioleta A.
Hay que tener en cuenta que los ultravioleta A no son retenidos por el cristal, contrariamente a lo que sucede con los ultravioletas B. Así el cristal de una ventana puede llegar a frenar el 96% de las radicaciones ultravioleta B, y sólo el 15% de las ultravioleta A.
En cuanto a las repercusiones para nuestra piel, los ultravioleta B poseen mayor energía pero penetran poco en la piel. A corto plazo son responsables del enrojecimiento de la piel y desencadenan el proceso de bronceado.
Los ultravioleta A tienen menos energía pero están presentes en cantidades importantes a lo largo de todo el día. Los UVA son responsables de la pigmentación directa de la piel, por ello se produce la aparición de un bronceado inmediato. Un exceso de exposición a estos rayos causa daños importantes sobre las proteínas responsables de la textura, elasticidad y firmeza de nuestra piel.
Los ultravioleta A juegan un papel esencial en el desencadenamiento de alteraciones tales como la lucitis estival benigna, que se manifiesta por una erupción de en escote, espalda y manos, acompañada de picor intenso y sensación de quemazón.
La radiación de los UVA tiene efectos a largo plazo, como el fotoenvejecimiento de la piel que se caracteriza por una intensa sequedad de la misma, arrugas muy marcadas, flacidez y falta de elasticidad entre otros.
Tanto los ultravioleta A como los B producen una alteración del sistema inmune y a largo plazo ambos podrían tener influencia en el desencadenamiento de cánceres cutáneos.
Nuestro organismo posee unos sistemas de fotoprotección natural de la piel, pero estos resultan insuficientes en caso de sobrexposición y mucho más en los niños.
Para defenderse tanto de los rayos ultravioletas A como de los B debemos acudir a sistemas de fotoprotección artificial que ofrecen mejores garantías que los mecanismos naturales.
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